Flory Marie Stravlo

Un último adiós al Príncipe Alfredo de Prusia

Para muchos puede parecer difícil imaginar que un príncipe de sangre real, emparentado con  reyes y emperadores que gobernaron este mundo y en muchos casos cambiaron su historia, se paseara bajo el límpido azul del cielo que cobija a los costarricenses.

Su Alteza Real Alfredo Federico Ernesto Enrique Gonzalo, Príncipe de Prusia, era hijo de su Alteza Real e Imperial el Príncipe Segismundo de Prusia y de la Princesa Carlota Inés  de Sajonia-Altemburgo. Llegó a Costa Rica a la edad de tres años, cuando sus padres decidieron viajar a este país.  Él era un verdadero príncipe,  emparentado con casi todas las Casas Reales europeas. Sus progenitores eran descendientes directos de emperadores, reyes y Duques de las casas reinantes más prestigiosas de Europa. Dos de sus ancestros más famosos fueron la Reina Victoria de Inglaterra y el Káiser Guillermo II de Alemania.

Sus modales  finos, su caballerosidad muy al estilo antiguo y su voz pausada le daban un aire de distinción que lo hacía sobresalir sin tener que mencionar el linaje de su sangre azul. “Yo tengo más sangre real de la Reina Victoria de Inglaterra que la  reina Isabel II o el príncipe Carlos”-decía sonriendo, aunque con humildad. “Mis dos abuelos eran nietos de la Reina Victoria y se casaron siendo primos hermanos. Mi tía abuela, hermana menor de mi abuela,  fue la Zarina Alejandra de Rusia y por parte materna, la sangre que corre por mis venas es la misma de Nicolás II. Otra tía abuela mía, la Gran Duquesa Elisaveta Mavrikievna,  hermana de mi abuelo el Duque Ernesto II de Sajonia Altemburgo, casó con un Gran Duque de Rusia, tío de Nicolás II y tuvo muchos hijos. También mi tatarabuela Augusta, esposa de Guillermo I, el primer Káiser de Alemania, era hija de María Pavlovna, la nieta de la Emperatriz Catalina la Grande de Rusia. Por eso nuestra familia tenía lazos tan fuertes con los Romanov y nos afectó mucho todo lo sucedido durante la Primera Guerra Mundial”.

Lejos de Alemania

 El príncipe Alfredo era hijo del Su Alteza Real e Imperial, Segismundo, príncipe de Prusia, nacido en Kiel el 27 de noviembre de 1896 y de la princesa Carlota Inés de Sajonia-Altemburgo, nacida en Potsdam, el 4 de marzo de 1899. Ellos contrajeron nupcias en Alemania el 11 de julio de 1919. En 1922 Segismundo, Carlota y la primogénita Bárbara, nacida el 2 de agosto de 1920, abandonaron Alemania buscando mejores oportunidades en este lado del océano, tras la debacle causada por la Primera Guerra Mundial. Llegaron a Guatemala, en donde él trabajó administrando una finca cafetalera propiedad de otro alemán, en Yepocapa, Chimaltenango; en medio de los volcanes Fuego y Acatenango. Luego compró la finca Santa Sofía, y ahí  vino al mundo el pequeño Alfredo.  Pero al parecer por esa época la naturaleza se ensañó con esa zona y la joven pareja decidió dejar todo y regresar a Alemania en 1926. La situación que encontraron ahí fue también difícil, principalmente por causa de un delicado conflicto familiar que se había desatado a principios de los años veinte.

El príncipe Segismundo y su esposa Carlota, así como el príncipe Federico Ernesto de Sajonia-Altemburgo, hermano de Carlota,  estuvieron involucrados en forma muy activa en el célebre caso de Anastasia. Desde 1922 estaban al tanto del problema. Ellos eran primos hermanos, y habían crecido muy unidos. De vuelta en Alemania en 1926 iniciaron su propia investigación. Su oposición con lo expresado y actuado por los parientes de Segismundo, especialmente  por  el Gran Duque Ernesto Luis de Hesse y del Rin, hermano de su madre, fue lo que los decidió a abandonar nuevamente Alemania y establecerse en Costa Rica en 1927.

A partir de 1932 estos jóvenes príncipes presidieron las filas que apoyaban a la mujer que decía ser la hija sobreviviente de los Zares de Rusia que desaparecieron en 1918. Ellos estaban convencidos de que era en verdad su prima hermana y no una impostora. Esa certeza la compartieron con muchos y la mantuvieron hasta el último día de sus vidas.  También Segismundo apoyó a partir de 1957  a su otra prima hermana, Olga Nicolaievna, la hija mayor de los Romanov, que vivió escondida en Italia desde 1939 hasta que murió en 1976. El príncipe Alfredo estuvo al tanto de todo este asunto y contó muchas cosas al respecto a sus amigos más cercanos.

Vida en Costa Rica

En Costa Rica los príncipes de Prusia fueron acogidos con los brazos abiertos por las familias alemanas que habían llegado anteriormente y por las autoridades del gobierno que les brindaron todo el apoyo necesario para establecerse. Segismundo adquirió una finca en San Miguelito de San Miguel de Barranca, que era propiedad  de un texano de origen alemán llamado Guillermo Gehrels.

Al momento de trasladarse la finca tenía unas pocas hectáreas; contaba con un apiario, un pequeño establo para los caballos y una humilde casita con tan solo dos dormitorios. A fuerza de trabajo y varios proyectos que fueron exitosos, los príncipes lograron comprar más y más terreno, llegando a doblar la cantidad para poder sembrar todo tipo de árboles frutales, especialmente cítricos,  adquirir ganado y criar cerdos, además de desarrollar una exitosa planta para producir almidón de yuca. El apiario también creció  hasta alcanzar doscientas cincuenta colmenas, y la dulce miel de abejas se exportaba a Alemania. La princesa Irene de Hesse y del Rin, madre de Segismundo, los visitó a finales de 1933 y aprovecharon para inaugurar la hermosa casona hecha con maderas finas que construyeron allá por 1932. Ella intentó convencerlo de que regresara a su país natal. Tras seis meses en Costa Rica, partió en 1934 sin lograr su objetivo.  

 

La niñez de don Alfredo, -como le llamábamos generalmente sus amigos, pues el tratamiento de Príncipe no le gustaba, y menos el de Alteza Real-,  estuvo cobijada por  el verdor de las enormes  palmeras  que rodeaban la casona de la Finca San Miguel. Fue un niño más bien tímido, educado con una disciplina militar por su padre y por una institutriz llamada Erna Moglich que  habían traído de Alemania para ayudar a Carlota con los infantes.  Corrió libre entre las hileras de árboles frutales y las cabezas de ganado que había en la finca. Y observando todo el proceso de recolección de la miel de abeja que exportaban a Alemania, antes de la Segunda Guerra  Mundial.  Contaba don Alfredo que aprendió a nadar en el mar de Puntarenas y se dio unos cuantos “chapuzones” en el río Barranca cuando bajaban al pueblo a recoger la correspondencia o comprar algunas provisiones en la pulpería; aunque eso significara después un buen castigo por parte de Carlota. Por ese entonces el río era caudaloso y estaba lleno de caimanes; la princesa lo sabía y les tenía pánico.

 La princesa Bárbara,  estuvo en Barranca hasta los trece años y luego viajó a San José asistir al Colegio de Señoritas, donde completó su bachillerato En 1936  también él  se trasladó a vivir en San José, para asistir al Colegio Alemán, una institución de enseñanza privada creada en 1912. Las ideas del nacionalsocialismo trataban de infiltrase entre la juventud alemana y eso preocupaba mucho a Segismundo y Carlota, quienes, al igual que la mayoría de las primeras familias alemanas que habían llegado a Costa Rica entre 1905  y  1930, que  habían tenido vínculos morales o sentimentales con el otrora imperio alemán (kaiserreich). En 1938 la princesa Irene de Hesse volvió a insistirle a su hijo para que regresara a Alemania. Nuevamente no lo logró, pero al menos consiguió que Alfredo y Bárbara viajaran a Europa y estudiaran allá.

Segunda Guerra Mundial

Ese primer viaje en 1938  a Alemania, la tierra de sus ancestros fue memorable, contaba don Alfredo. Junto con su abuela Irene realizaron una especie de tour por varios países para conocer a algunos de sus parientes, incluyendo un viaje a Doorn, donde pudo estrechar la mano de su tío abuelo, el Káiser Guillermo II, último Emperador de Alemania. Para evitar que el joven príncipe fuera adoctrinado en el nacionalsocialismo lo enviaron  a un colegio muy exclusivo en Suiza en calidad de interno. Ahí, según contaba, el choque cultural fue muy fuerte, pues aunque él era miembro de una de las casas reales más poderosas y antiguas de Alemania: los Hohenzollern; había crecido en un ambiente completamente distinto al de sus compañeros. Para darse a conocer  echó mano a sus conocimientos de idiomas e historia, que sus padres le habían enseñado. Dejó a todos impresionados y se ganó su respeto. Contaba que adquirió de su padre el hábito de la lectura. A los nueve años había leído libros como don Quijote de la Mancha, la Ilíada, la Odisea, biografías de los reyes y emperadores y de su propio abuelo el Príncipe Alberto Enrique de Prusia, Gran Almirante de la Flota Alemana durante la Primera Guerra Mundial. Cuando partió para Alemania ya había leído a Shakespeare, Goethe, y otros clásicos; así como innumerables libros y ensayos sobre Antroposofía, la filosofía creada por Rudolph Steiner. De sus años en Suiza también recordaba el terror que se apoderaba de todos cuando los aviones bombarderos sobrevolaban el territorio suizo, para atacar sus blancos preestablecidos. Algunas veces ocurrieron errores y las bombas cayeron en Suiza. Durante ese tiempo conoció a jóvenes miembros de otras casas reales cuyos padres también los habían enviado allá para protegerlos mientras continuaban sus estudios amparados por la neutralidad proclamada por Suiza. Con algunos de ellos mantuvo correspondencia hasta muchos años después.

La comunicación con sus padres en Costa Rica era difícil a comienzos de la guerra y  se complicó más cuando los Estados Unidos le declararon  la guerra a Japón al día siguiente del ataque a la base de Pearl Harbor. Costa Rica también declaró la guerra a Alemania y rompió relaciones diplomáticas con ese país. El Gobierno del Dr. Calderón Guardia confiscó las propiedades de todos los alemanes, italianos y japoneses y los mandó detener en dos campos que se habilitaron para ese propósito. Muchos fueron enviados luego  a campos de concentración en Estados Unidos. La Junta de Custodia aplicó una especie de embargo a la Finca San Miguel, pero no encarcelaron a los príncipes; solo les impusieron casa por cárcel.  En ese momento la comunicación normal vía carta o teléfono se rompió por completo. El nombre de Segismundo apareció en las listas negras de los servicios secretos ingleses y norteamericanos, ya que él  mismo había luchado durante la Primera Guerra Mundial. Además varios de sus primos alemanes se habían unido al partido nazi años antes. Aun así, sus poderosos parientes de la realeza en Europa se las ingeniaban para intercambiar noticias con ellos.

            La guerra finalizó en setiembre de 1945, pero don Alfredo no pudo regresar inmediatamente después a Costa Rica. Viajó entonces a Hemmelmark, donde continuaban viviendo  su abuela y hermana. Dos grandes nubes de desventura se habían posado sobre la bella hacienda  a orillas del mar Báltico cuando terminó el conflicto armado: una fue la dolorosa y trágica muerte del Príncipe Waldemar, hermano de Segismundo, durante la guerra, en mayo de 1945. La otra fue la captura, también por soldados rusos, del Duque  Christian Louis de Mecklenburg-Schwerin, pretendiente de Bárbara. Casi un año después don Alfredo cruzó a Suecia y gracias a la intervención de una sobrina de la Princesa Irene, Louise Mountbatten, Princesa Heredera del trono de Suecia, puedo embarcarse hacia Costa Rica.  Cuatro años más tarde, en 1950 ella fue coronada Reina de Suecia, mejor conocida como la Reina Consorte Luisa de Suecia (1889-1965). 

Segismundo esperaba que tras su regreso a casa el príncipe Alfredo se incorporara en las labores de reconstrucción de la finca. El largo período en que los Príncipes de San Miguel tuvieron casa por cárcel causó también estragos en la propiedad. El apiario quedó prácticamente reducido a un tercio y la situación económica en Europa, sobre todo en Alemania, no era tan alentadora como para volver a iniciar las exportaciones. La princesa Carlota empezó a ayudar a su esposo a vender los productos que sacaban de la finca. Muchas veces iba a caballo al centro de Puntarenas a vender leche en las casas o miel embotellada. Cuentan que los sábados se vestía de blanco, adornaba su cabeza con un sombrerito y les vendía la miel a las señoras de sociedad que llegaban los fines de semana al Yatch Club del famoso puerto.

 Padre e hijo tuvieron los primeros enfrentamientos  pues el muchacho no  quería ayudar en las labores agrícolas en la finca, ni tampoco involucrarse en los menesteres referentes a la administración de la misma. Así fue como inicio un peregrinaje por distintos trabajos, desde peón de una cuadrilla que estaba abriendo la trocha por donde se pasaría la carretera interamericana, hasta  vendedor de boletos de avión en las oficinas de Lufthansa. Los frecuentes roces entre padre e hijo causaban un gran descontento a Segismundo, quien sentía gran preocupación por el futuro de su paraíso.  Para Carlota también era difícil vivir esa situación, y no podía más que permanecer neutral, dándole la razón a veces al marido y otras al hijo.             El príncipe Alfredo, por el contrario, siempre tuvo una excelente relación con su madre y  sus tíos, los príncipes de Sajonia-Altemburgo. Su inclinación hacia el mundo espiritual y su deseo de vivir conforme a las enseñanzas de Rudolph Steiner le llegaron por ese lado de la familia, aunque Segismundo también fue también seguidor de Steiner.

Todos en la familia Sajonia-Altemburgo eran antroposofistas. Sus tíos Federico Ernesto y Jorge Mauricio eran líderes de ese movimiento en Alemania y el príncipe Jorge Mauricio (George Moritz) fue de los fundadores y dirigió toda su vida una escuela de esta filosofía en Hamborn.  Todavía se conservan en manos de algunas personas en San Miguel, felizmente guardados, muchos libros de antroposofía y folletos que el mismo príncipe Alfredo había redactado. Su mayor deseo allá por los años sesentas y setentas fue abrir una escuela de Antroposofía en Costa Rica.

Precisamente durante esas dos décadas él vivió más que todo entre San José y Heredia.  Trabajó para varias empresas de familias alemanas que gracias a su gran coraje y determinación habían logrado sobreponerse de las tragedias vividas durante la segunda guerra.  En el almacén Koberg se destacaba como vendedor, no tanto por su habilidad para convencer a los clientes, sino por la cantidad de muchachas que llegaban a ver a aquel guapo mozo, alto, rubio, cuyos dientes pequeños y cuadrados relucían cuando les regalaba su amplia sonrisa. En otra etapa de su vida trabajó con el ICE, en la construcción de las represas  de la Garita y  de Cachí. También laboró varios años en Servicios Centroamericanos, y en  Ambosmares, una empresa de transporte marítimo y aéreo. Ahí su puesto le permitía viajar con frecuencia a Puntarenas a recibir a los barcos de esa naviera que llegaban al puerto, y así aprovechaba para respirar el aire fresco y cálido del océano Pacífico.

Finalmente su amor  por el mar, el sol y la naturaleza lo motivó a despedirse de la ciudad y conseguir trabajo manejando una lancha que transportaba turistas a la Isla Jesusita; un pequeño paraíso tropical ubicado a una hora en bote de Puntarenas, muy próxima a la isla Cedros. Ahí vivía en una cabina muy sencilla que le daba el hotel, siempre rodeado de libros y sintiéndose libre, que era lo que verdaderamente deseaba y lo hacía feliz.

A menudo viajaba a San Miguel, a pasar unos días en la finca. O iba  a la casita que compartía con su gran amigo Noel Martínez, un carpintero y ebanista en  San Pablo de Heredia. Con  cierta frecuencia don Alfredo se dejaba llegar hasta la capital de San José, para saludar a algunos de sus amigos como doña Olga Espinach, fundadora de La Casa del Artista y Alfonso Chase, escritor y poeta laureado costarricense.  Con ellos conversaba horas, y les mostró los diarios de su padre y otros documentos importantes. De vez en cuando participaba en reuniones un poco más bohemias, con amigos y conocidos del ambiente cultural costarricense, disfrutando y  riendo entre anécdotas e historias extraídas del saco de vivencias que cada uno venía arrastrando desde su niñez.  Don Alfredo amaba el arte, la poesía, la pintura, la historia y la genealogía.  Fue fundador de la Academia Costarricense de Ciencias Genealógicas, la cual se creó el 5 de julio de 1952, y de la que no sólo fue Miembro Fundador, sino que  también ocupó un puesto en la primera Junta Directiva. Eso sí, nunca la gustó tener que ajustarse  a normas de protocolo o estricta etiqueta.

El príncipe Alfredo de Prusia fue una persona muy espiritual y sumamente culta. Muchos, que lo conocieron apenas superficialmente, no pudieron entender cómo y por qué no quiso hacerse cargo de la finca San Miguel cuando murió Segismundo. Las razones son muchas y muy complejas;  baste decir aquí que sus intereses personales e intelectuales y espirituales  lo orientaban hacia otros rumbos.

             La noticia de la muerte de su padre el príncipe Segismundo el 14 de noviembre de 1978, le llegó hasta la isla Jesusita por medio de un telegrama que le enviara don Florentino Vindas Herrera. Para “Tino”  el príncipe Segismundo había también sido como un padre, pues llegó a trabajar a la finca cuando apenas era un adolescente de quince años y se mantuvo a su lado hasta el día en que la muerte besó los ojos de Segismundo y los cerró para siempre. Otro joven muy trabajador e  ingenioso  que trabajó con los príncipes desde 1933 fue don Alejandro Carvajal Mora. Don Miguel Salguero y don Isidro Murillo Villareal, ambos escritores folkloristas dejaron algunas crónicas que relatan con detalles pintorescos   la vida de Segismundo y Carlota en ese santuario de la naturaleza.

Tras el fallecimiento de Segismundo el panorama  completo cambió para mal. Fueron meses muy difíciles para todos. Con setenta y nueve años y muy afectada emocionalmente la princesa Carlota trató de hacerle frente a la finca y a la difícil  situación que atravesaba. Poco después enfermó seriamente y estuvo hospitalizada. Al ser dada de alta  don Alfredo la llevó a vivir con él a la isla Jesusita. Carlota se despidió de sus empleados y a algunos les regaló cosas suyas o de la casa en agradecimiento. La vivienda quedó abandonada, aunque todas sus pertenencias estaban todavía ahí. Don Tino trataba de vigilar la casona de sus queridos “patrones” y evitar al máximo los saqueos. Lamentablemente, grupos de personas inescrupulosas aprovechaban la ausencia de los dueños o cuidadores para robarse las frutas y los animales. Otros entraban durante las noches a saquear cosas de la casa. Así se perdieron muchos objetos de valor, cuadros, vajillas, libros  y muebles que un día habían llenado de alegría y señorío aquella casona de madera, pintada de color beige con marcos en tono marrón y cortinas gruesas en rojo bermellón.

Bárbara, se quedó a vivir en Alemania el resto de su vida; casó con el Duque  Christian Louis de Mecklenburg-Schwerin en 1954, cuando este pudo ser liberado de su cautiverio en Rusia, ocho años después.  Vivieron en Hemmelmark. Antes de morir su abuela Irene la adoptó como hija, y al morir, Bárbara heredó absolutamente todo. Murió en 1994. Tuvieron dos hijas.

El 15 de diciembre de  1984 don Alfredo contrajo matrimonio, por primera vez en su vida con la checoslovaka Maritza Farkas, en Southampton, Nueva York, USA. La pareja se mudó a una propiedad en Escazú. Ella murió de cáncer en 1996, también en Estados Unidos, dejándolo  como heredero de todos sus bienes, que incluían no solo dinero sino valiosas propiedades en Nueva York, Hungría y en Mojácar, en la provincia de Almería, España.

La princesa Carlota partió hacia Alemania alrededor de 1986-87  y falleció ahí en 1989. Según sus creencias antroposóficas fue incinerada y don Alfredo viajó luego para traer sus cenizas y enterrarlas en la misma tumba donde yace el cuerpo de Segismundo, en el cementerio de Esparza, en Puntarenas, Costa Rica.

Los últimos veinte años de la vida del Príncipe Alfredo son aparentemente los que han atraído más atención por parte del público. Antes de morir,  Maritza había nombrado un albacea para que administrara esos bienes para don Alfredo. Este custodio, de nombre Diego Contreras es español, de Barcelona;   y aparte de tratar muy mal a don Alfredo y mantenerlo atemorizado, despilfarró gran parte de la herencia. El príncipe Alfredo buscó la ayuda de la familia de un croata para quitar a  Diego de su camino  y castigarlo judicialmente por todas sus fechorías. Eso se logró a principios de 2008, cuando Contreras  fue sentenciado a ocho años de prisión. Don Alfredo permaneció viviendo en la casa de esa familia a pesar de la gran confrontación entre  ellos  y los antiguos amigos del príncipe que no podían ni siquiera visitarlo.

Su Alteza Real el Príncipe Alfredo de Prusia murió el 3 de junio del presente año. Su cuerpo descansa en el cementerio de Purral, en Guadalupe de Goicoechea, en la provincia de San José. Fue un hombre muy especial para muchos, aunque incompresible para otros.  La nobleza de su corazón, más que la de su sangre,  fue la que le dictó las pautas a seguir en su vida y la que siempre lo caracterizó.  Su sencillez abrumó a más de uno, pero a todos los conquistó con su enorme profundidad espiritual y su humildad. Él nos enseñó que  lo más importante en la vida es ser libres; vivir sin apegos, pero sobre todo,  vivir en paz.  Don Alfredo fue siempre “un espíritu libre”, muy orgulloso de haber nacido en Guatemala y  de haber crecido,  vivido  y dejado su corazón en Costa Rica.

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